martes, 25 de octubre de 2011

El mundo nunca es suficiente

Un martillazo en la sien me despierta nuevamente. Acto seguido desprendo de mis labios el balbuceo habitual: Déjenme en paz. Me dejo arrastrar los pies hasta el aseo sin pensamiento alguno y un automatismo involuntario enciende primero la radio y abre la ducha después. Otro automatismo frota mi cuerpo mientras el insípido hilo musical narra las más que sabidas noticias del día: eminencias pintadas de rojo reclaman dicho color para arreglar el mundo mientras otras eminencias pintadas de azul hacen lo propio. Ambos bandos utilizan un idéntico lenguaje para discutir acerca de la nada, absurdos circunloquios adornados por frecuentes cuñas radiofónicas dirigidas a un mismo punto: crecer, crecer, crecer, crecer… Me miro al espejo y sólo veo dos grandes ojeras que resoplan. Crecer, crecer, crecer, crecer… Hoy es mi primer día de recorte salarial, no quiero crecer más. En el autobús de camino al trabajo intento echar una cabezadita pero el chirriante griterío de unos escolares no me lo permite. Soy pues forzado a pensar en otro día de obtusa burocracia e ineptitud institucional y así lo confirman los titulares matutinos de los demás viajeros, cuya prensa roja o azul cacarea la jerga universal de nuestras vidas. Pienso en ellos y en mi mismo como hormonas de crecimiento de este infame organismo en que vivimos. Nadie parará jamás ese interminable mercancías transiberiano con un solo vagón para la privilegiada tripulación. Su constante y mezquino traqueteo acalla a los pájaros, ennegrece la nieve y vacía la conciencia de quien lo ve pasar. En el calor del cálido vagón, espectrales rostros se ríen del frío ajeno. Es la tripulación compuesta por unos pocos seres amorfos y sin nombre cuyas carcajadas drenan nuestros cuerpos. Necesito un día de furia para eliminar a algún miembro de esa escasa pero poderosa tripulación, pero es inútil, a los seres huecos no nos queda furia. Y al final del día más de lo mismo. Enciendo el televisor y me dejo caer en el sofá. Hoy toca “El mundo nunca es suficiente”. Así lo dice James Bond, esa es la vacuidad de nuestro tiempo, pero tan sutil y peligrosa que ya no nos provoca ni horror. Al escucharse de fondo “un martini con vodka agitado pero no mezclado” ya sé que esta noche volveré a desconectarme en el sofá, aletargada espera de un último martillazo en la sien que acabe de desangrar mi alma, si es que me queda algo como eso.