viernes, 5 de noviembre de 2010

El terror no tiene forma. Esto es Halloween, Halloween, Halloween...


Donde yo vivo, es sagrada tradición para el día de todos los santos comer un delicioso dulce llamado panellet. Pastelerías y panaderías abarrotan sus vitrinas con tan emblemático y delicioso (y caro) producto. Sé de otros lugares donde se comen huesos de santo, buñuelos de viento e incluso se prepara el paladar para Navidad mediante un anticipo de pestiños. La gastronomía es uno de nuestros adornos favoritos para cualquier celebración que se preste, y como es normal, cuando la fiesta va de retirada las tripas pasan facturas.
Una vez recuperado del empacho, me encuentro con ganas de fijarme en una celebración que cada vez está más en auge y que comparte nuestro hábitat con las celebraciones anteriormente nombradas. Así pues, nuestros exquisitos panellets comparten ahora habitación con compañeros muy diferentes a ellos, como son las calabazas y los murciélagos de Halloween. Donde antes sólo abundaban miel y piñones ahora también cuelgan oscuras y tenebrosas telarañas.
Es razonable que moleste la llegada de un inquilino que comienza a ensuciarnos los rincones de nuestras golosas paredes y de ahí que entienda el enfado de algunos por tener que aceptar, decreto de nuestros caseros, tan espeluznante compañero de escaparate.
Comprendo su disgusto pero mi intención no es desahuciar a ese vampiro que nos llena el baño de sangre, ni tampoco a la pobre momia que nos deja un día sí y otro también sin papel higiénico. Ya he hablado en escritos anteriores sobre el poder de ciertos laboratorios de productos y dinero que por mandar, mandan hasta a los monstruos. Está claro que Halloween se ha convertido en otro acontecimiento propicio para gastar y convertirnos así en hombres lobo de postín. Incluso podemos creer que mi traje es mucho mejor que el de esos pobres licántropos apaleaos o chuchos callejeros que roban gallinas para alimentarse.
Independientemente de esa dosis capitalista presente en todo brebaje festivo, he de reconocer que, sin olvidarme de mis natas costumbres castañeras, me gusta cruzarme con esos diabólicos seres. Encarnar nuestros temores es una de las formas más eficaces con las que podemos desprendernos de nuestras pesadas angustias, así damos forma a lo que no lo tiene, pues como refleja el clásico cinematográfico, el terror no tiene forma.

Halloween fue en su origen una tradición celta que celebraba el final de la cosecha y el comienzo de la estación oscura, entonces la separación entre el mundo terrenal y el sobrenatural era más confusa que nunca y el temor de extrañas visitas se hacía patente. Urge pues vestirse adecuadamente y preparar una mayoritaria bienvenida para que el extraño no pase desapercibido. El baile de máscaras hace más amigable a ese rostro oscuro que no logramos reconocer en soledad.

Dicha tradición fue variando con los tiempos y la historia, y tras un buen tratado de laboratorio se ha convertido en la más grande fiesta de palacio, donde se reúnen todos los monstruos del condado. Personajes y supersticiones de diferentes lugares como el vampiro, el hombre lobo o cualquier otra enmascarada encarnación del mal como Jason, Michael Myers o incluso Hannibal Lecter, coreografían la fiesta de Halloween.
Todos ellos tienen sus particularidades y sus víctimas preferentes, pero todos ellos guardan un objetivo común, el mismo que los celtas tenían en su originaria fiesta y el mismo que pudiera acontecer en cualquier otro lugar y época. Como el anillo que los gobierna a todos, también estos mitos obedecen a una máxima, defenderse de la otredad, esa desconocida que nos abruma con su rostro de carne muerta, aquello que es diferente a mi y que por tanto no se de que extraña dimensión proviene.
La mayor maldición de un vampiro es su soledad, su condena a vivir eternamente entre los humanos sin serlo, desprovisto pues de su condición social y su humanidad vaga en la noche alimentándose de nuestra vitae social, de nuestra sangre y por tanto de nuestro linaje. Condenado a ser temido, condenado a ser terror desconocido.
El hombre lobo representa a la naturaleza más salvaje y animal, las fauces de un lobo descontrolado que no recuerda su humanidad atacan bajo el mandato de la cara triste de la luna. Al amanecer despierta sin recuerdo alguno pero con una desoladora certeza. Condenado a ser temido y a ser terror desconocido.
La calabaza de Halloween, o mejor, Jack O Lantern, cuyos trucos con el diablo le salvaron del infierno pero no de algo aún peor. No tener lugar alguno de muerte, ya sea cielo o infierno, le fuerza a vagar como un granjero errante. Sin alma, sujeta su calabaza hueca donde prenden eternamente las brasas del infierno. La gente huye y clama la llegada de un espectro que porta una luz aterradora. Pobre granjero burlón, condenado a ser temido y a ser terror desconocido.
Así podríamos seguir añadiendo a todos los monstruos que se nos ocurran y en todos ellos encontraríamos la misma premisa cinematográfica, el terror no tiene forma.
Y por ello se la damos nosotros, imitando sus máscaras e intuyendo sus vestimentas.

Lo curioso de nuestros tiempos modernos es la facilidad con que representamos el baile de los monstruos, el cariz de nuestro Halloween empieza a parecerse más a una orgía de mazmorras que a un baile de máscaras por la corte de palacio. Nuestros clásicos temores están perdiendo fuerza e incluso disfrutamos con ellos. No es extraño encontrarse con quien idolatra a ciertos clásicos del terror, despojándole por tanto de su capacidad para producir miedo en el hombre. La naturaleza en frenesí cada vez tiene menos cabida en nuestro mundo urbano, donde el temor por lobos y murciélagos parece extinguirse (no en algunos puntos donde aún acuden jabalíes).
Hemos volteado a Drácula y hemos sacudido su alma atroz, aquél temor que le construyó un día. Ahora es sólo un disfraz y sus cortes nos sirven para vestir nuestros modernos miedos. Inestables, fugaces, omnipresentes e instantáneas angustias. Bien pensado, que mejor forma que vestir de Drácula a lo que no podemos catalogar ni describir.
Los lobos apaleaos que roban gallinas saben que el granero se está cayendo, saben que se acerca el granjero burlón y se la va a jugar. Conseguir un disfraz de fiero hombre lobo y montar una orgía de monstruos en las mazmorras parece un buen método de olvidar lo que afuera acontece, extraña aureola de inciertos fenómenos que me paran el hálito….
Espero hayan tenido un feliz Halloween y que este les haya proporcionado la más sangrienta felicidad, necesaria en todo ser humano, para mirar al frente por la rambla de desconocidos que vienen y van con paso firme.