domingo, 17 de octubre de 2010

Que no lo separe el hombre


Aprovechar un día festivo para comerte un pollo asado junto a aquellos que uno aprecia es una práctica saludable y la mar de provechosa, pues raro es despedirse de tales reuniones con el zurrón vacío.
Alguien a quien aprecio, en plena zozobra de sobremesa mostró cierta sorpresa (y es que hoy día es difícil sorprenderse en demasía) por el impacto mediático que está teniendo el suceso de los mineros chilenos. También recuerdo como el comentario dio poco de sí pues la zozobra nos tenía amaniatados, pero de vuelta a casa y con el viento otoñal aflojándole a uno las manillas, sentí la inquietud del zurrón en el que ya se maceraba tal comentario.
No quisiera quitar dramatismo a la desdicha sufrida por tales mineros y sus familias, pero nadie negará que desdichas de igual magnitud y mucho peores ocurren a diario y acaban pereciendo sin ser vistas. ¿De qué depende pues que un suceso se convierta o no en un globo sonda?
Dar una respuesta completa y veraz requeriría de un estudio casi inabarcable, y es que cada acontecimiento dado tendría que ponerse en relación a la cantidad de factores, intereses y juegos de poder que se dan en este mundo nuestro en el que ya no hay ni tiempo ni espacio. A pesar de todo, la búsqueda de significados en esa doble realidad mediática en la que todos vivimos es también otra práctica saludable,
Chile es uno de esos estados que predica con fervor la unidad nacional, el sentimiento chileno es sólo uno y por tanto poderoso, además, tal conciencia de país va muy acompañada de la fe por Dios, que salvaguarda sus llanuras y las llamas que por ellas campan. Ni una ni dos son las veces que habrán podido escuchar o leer al presidente Sebastián Piñera afirmar que con la ayuda de Dios nada puede salir mal.
Este es un discurso que buena parte de los chilenos tienen aprendido y así lo demuestran erigiendo en pleno desierto de Atacama el campamento Esperanza, donde como en cualquier otra religión la esperanza de todos es la esperanza de cada cual. La comunidad Esperanza se prepara para el ritual y como si de un entierro se tratase rezan juntos a sus santos y vírgenes por el alma de sus familiares enterrados. Velar a nuestros seres queridos es una práctica sagrada, pero en este velatorio de Esperanza, algo no sigue el curso que debiera, pues no hay muertos pero sí enterrados.
Enterrar a alguien vivo nos conmociona enormemente pues se truncan unos límites que tenemos como dogma. Vida y muerte, cielo y tierra se entremezclan y tambalean los pilares que nos sostienen. Un estado como el chileno, bajo tutela divina, no puede permitirse el lujo de tal daño moral pues las verdades que promulga corren peligro de debilitarse. El estado Chileno en jaque y los medios informativos, que saben mucho de esto, obtienen el caldo de cultivo perfecto para expandir, más allá de los océanos, todos los pormenores del extraño ritual, de la verdad truncada. Quizá en el futuro sepamos cuales eran sus intenciones ante tal despliegue.
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. No hablamos de catástrofes naturales ni de ese tipo de desgracias con las que uno se cuestiona acerca de la justicia divina. En este caso la desgracia no viene marcada por los designios de la fe, viene marcada por un agente concreto, aquél que no se preocupó cuando pudo. Chile no se podía permitir un rescate fallido, pues los chilenos se encontraban atrapados bajo tierra a causa de una mala gestión política chilena (pésimas condiciones de trabajo, mina en mal estado, y demás taras sin importancia, hasta ahora).
Campamento esperanza señala al sepulturero de vivos a través de las pantallas del mundo. Cualquier medio pues era necesario, aunque costase una fortuna y aunque con esa fortuna se pueda alimentar bastantes más de 33 bocas.
La verdad sagrada debe ser protegida por el bien de la nación y los mineros vivos tenían que volver al lugar que les corresponde. Empieza el rescate.
Otro ritual se pone en marcha. Gente anónima que inicia bajo tierra su particular rito de paso. Al más puro estilo druida, se aíslan de los suyos para resurgir como líderes, como sabios profetas. Gente anónima que aguarda en su encierro para volver a ver la luz, ya con un nombre, con una edad, ya como un héroe para todos. Jimmy Sánchez se enterró como niño y salió como hombre. Cada plano, cada minuto del aclamado directo nos transforma el lugar. Donde tanta aridez lo silenciaba todo, ahora retruena el clamor y la conmoción colectiva, los focos se encienden y apuntan la llegada de sus héroes.
Pero en Mad City las cosas son y no son según el instantáneo capricho de cada plano. En pocos días los héroes iluminados tras largo tiempo de tinieblas volverán al anonimato. Del estrellato al eclipse, pero esta vez sin público, esta vez el rito de paso lo realizarán en soledad, sin la fuerza de su comunidad ni de los focos, con lo que ello comporta. Campamento Esperanza volverá a ser un desierto lejano y sus héroes volverán a mal trabajar por sobrevivir.
No he dicho nada nuevo, tampoco he demostrado nada que no supieran, no era mi intención, ya se lo advertí. Pero evocar lo que uno arrincona en su mente, abstraernos de nuestra realidad virtual y reflexionar sobre ella, es también una buena práctica, como lo es juntarse un día festivo para comerte un pollo con aquellos que uno aprecia. A buen seguro que algo te llevarás en el zurrón.