domingo, 26 de septiembre de 2010

UN PASEO EN TIERRA DE NADIE


Me encuentro en una tierra de nadie donde nadie somos todos. A punto ya de alcanzar el éxtasis de mis andaduras por tal lugar, despierto, y lo hago en una tierra hostil, donde nadie somos nadie. Cada cual tendrá sus sueños, utopías lejanas a nuestra realidad que mantienen viva la idea de que todo cambio es posible, pero llegar tan lejos es hoy por hoy irrealizable y por tanto una utopía.
Agradezco al despotismo que impera y rige nuestras vidas el esfuerzo incansable de despertarme día tras día de mis sueños. Concretamente hoy, centraré mis plegarias en el nosequenúmero (por usar la numerología en auge) del clan de los déspotas, representate del nosequenúmero del clan de las madres patria que tanto bien le hacen a nuestra tierra hostil.
Gracias Sarkozy, hoy te vanagloriamos por mantener a Francia en perfecta armonía con nuestra tierra hostil. ¿Quién dijo un día que la cultura no debe ser exclusivamente francesa, inglesa o alemana sino plural, mestiza y bastarda producto del contacto entre horizontes lejanos?. Un demonio que desprestigia a nuestro pueblo, región, nación, estado, país y patria de tal manera, o bien es gitano, o bien el demonio, quizá ambas cosas, deportémosle pues.
A pesar de que los pueblos siempre han estado en movimiento y sus culturas en contacto, sigue uno creyendo que su cultura es producto de un legado histórico único, sólido e inalterable. Sin ofender a nadie, tales límites culturales, envuelven un paquete sorpresa en oferta donde todo lo interesante cabe y lo desechable queda fuera del envoltorio. A priori me parece una oferta sospechosa.
La tierra hostil y sus madres patria revolucionaron el mundo abriendo sus fronteras al dinero. Negocios y empresarios pueden decir abiertamente (y acertadamente) que se mueven en tierra de nadie. Para ellos mi sueño es una realidad. Pero las madres patria sólo han sacado del pack en oferta al sistema monetario. En otras palabras: negocios globales pero políticas locales. ¿Cómo se compagina eso? De momento no se hace, echemos un vistazo sino a las nefastas e ineficaces políticas de inmigración de nuestras madres patria.
Lo barato acaba saliendo caro, y así ha pasado con el paquete cultural en oferta, la ecuación es bien sencilla, sacamos el dinero del paquete ¿y qué nos queda? Una amalgama de gente que lucha por sobrevivir y una cultura sin recursos. Los movimientos sociales aumentan día a día y cada vez más fragmentados. Así pues la vía más eficaz por sentirse alguien en tierra hostil es apelar al sentimiento étnico, a la raza y a ese legado histórico que es el único derecho que se mantiene estanco desde nuestro nacimiento. Nuestra lucha por la supervivencia deja de centrarse en el dinero (pues hace tiempo que no lo vemos) y de manera sutil se transforma en una defensa a ultranza por mi moralidad, frente a la del otro.
Qué paradoja tan fascinante, puedo comprar desde mi casa pero esta es mi tierra, puedo hablar con la otra punta del mundo pero esta es mi tierra, los datos de mi vida al servicio de todo el planeta pero esta es mi tierra. Empieza así el conflicto del extranjero que me quita el puesto de trabajo, el extranjero que me quita a los médicos y el extranjero que no me deja dormir.
Bajo mi punto de vista estamos ante dos aspectos que nada tienen que ver con el extranjero, por un lado, somos demasiados sin dinero y sin recursos (no olvidemos que educación, sanidad y todo aquello destinado al verdadero bien para el pueblo es en lo que menos se invierte); por otro lado, hablamos de problemas de convivencia que nuestras autoridades no resuelven por ser este un delito que da pocos ingresos, o quizá mejor, por ser este un delito que no existe para el déspota.
Nuestras madres patria decoran la tierra hostil con guirnaldas de colores y nos escenifican nuestra cara más humana. Bajo el muérdago navideño platican y platican sobre lo mal que va el mundo, el hambre que hay, la violencia y tantos otros males. Lloran por el mundo que ven. Dura poco desgraciadamente. Los títulos de crédito del Santa Claus que volvía a la carga, nos muestran la otra cara, la más antihumana. Aquélla cuya obsesión por lo que es suyo nos mantiene impertérritos ante su repentina huida, un año más, del pobre Santa Claus. Y sus renos se alejan más cojos si cabe que el año anterior.
Ideales extremos como la xenofobia ganan fuerza vertiginosamente en la tierra hostil. El pueblo harto de aguantar, centra su miseria y el exceso de paupérrima población en aspectos raciales, pues eso le vende el paquete en oferta. Señor Sarkozy, ¿acaso le han molestado a usted los gitanos?. ¿Han invadido su palacete residencial?. Pero que bien se lo pasa usted vendiendo esa mística de lo regional, de lo auténtico y genuino.
Encuentro una cosa buena de sus utópicas guirnaldas, nuestros Derechos Universales, recordatorio por excelencia de males pasados, que empezaron como una utopía y acabaron siendo verdad. Crímenes similares siguen vigentes hoy día en nombre de la sangre azul (o elija usted su color). La guirnalda es bonita pero sólo cuelga y decora.
¡Nosequenumeros del clan despótico del clan de las madres patria! he encontrado la tara de su paquete cultural en oferta. La globalización empresarial no encaja bien con la fidelidad nacional que promulgan, así pues, las chimeneas se pueden volver a encender si no deciden rápido cual de los dos caminos seguir, o como compaginarlos mejor.
Paso pues de abrir su paquete, por bonito que esté envuelto, prefiero volver a dormir y volver a soñar en la tierra de nadie, donde nadie somos todos. A todo déspota que se precie: “Please don’t disturb”.

lunes, 6 de septiembre de 2010

LA VUELTA AL COLE, El Corte Inglés dixit


Una vez transcurrida gran parte de las vacaciones, justo cuando mente y cuerpo casi tocan ese glorioso cántico de mens sana in corpore sano es precisamente cuando uno se da cuenta de que lo máximo que llegará a tocar, y por ello deberá sentirse afortunado, es ese no tan glorioso cántico de mens sana in corpore tullido.
Recuerdo mis años en la escuela, en el instituto, en la facultad y también los años actuales en los que me gano la ración de pan, (y por ello deberé sentirme afortunado), en los cuales, sin excepción que recuerde, por allá los últimos diez días de agosto, una característica sensación se apodera de mi. Unos lo llaman depresión post-vacacional pero yo prefiero llamarlo la naturalización de nuestros cuerpos tullidos, pues eso de depresión me suena a la enfermedad de cada cual y prefiero pensar que el fin de las vacaciones es algo que nos afecta a la gran mayoría.
Alguien pudiera pensar que soy de visión pesimista, pues diez días es todavía un margen amplio para seguir disfrutando, y cierto es. No obstante, a pesar de mis intentos por evadirme de ese verano que empieza a palidecer, en algún momento u otro pescaba un legendario anuncio que se empeñaba en convencerme de lo contrario: El Corte Inglés y la vuelta al cole. ¿Alguien se acuerda de cuando empezaba tal eminencia británica a soplarnos el fin de las vacaciones? Pues eso, un 20 de agosto.
El Corte Inglés y el Carrefour copaban pues los sermones del buen hábito pero con el pasar de los años y las diferentes etapas se fueron añadiendo a tan tortuosa disciplina otros muchos negocios, hasta el punto de que hoy día es del todo imposible no cruzarse con catálogos del Media Markt, Pc City, Decathlon, Abacus, la óptica cual y la zapatería pascual (y la hamburguesa del nuevo curso!) Y eso por no mencionar a los medios informativos que sistemáticamente, y casi con calcadas noticias año tras año, nos recuerda que la última sombrilla está a punto de cerrarse.
Toda esta campaña utiliza siempre amables frases (en las que figura la terminología jovial de: cole, tus estudios, nuevo curso….) y llenas de energía cuya misión parece la de alentar al conjunto de individuos en su vuelta a la rutina, y en efecto, poco a poco van despertando así la conciencia colectiva de esa vuelta al cole. Aunque de todo esto se desprende cierto tufillo a encandilamiento, para empezar porque las rutinas de cada adulto poco tienen que ver con la ilusión de un primer día en la clase con tus compis, donde la única responsabilidad, es aguantar el bocata con una mano y parar con la otra ese penalti injusto que decretó el mafioso de la clase.
Tras cada eslogan de preparación para el nuevo curso en realidad se esconde el más importante engranaje de nuestro sistema social, el consumo. Parece que uno no pueda aprender sin una mochila nueva (y siempre con ruedas), zapatillas nuevas, chándal nuevo, ordenador nuevo, gafas nuevas, libros nuevos (la mitad de los cuales nunca se acaban y cada septiembre forman ya parte del polvo olvidado), estuche nuevo (roto al tercer día), cazadora nueva, muebles nuevos, tele nueva, móvil nuevo (que sea touch por dios) y un largo etcétera de todo nuevo. Algunos de estos productos (que no todos) pueden ser necesarios, en especial para los niños en edad de crecimiento, pero no para el adulto que tras ese largo etcétera no busca sino llenar ese vacío que a uno le causa ver la arena de la playa mojada, fría y solitaria.
Cuando el curso llega a su fin, uno siente más que nunca lo de mens sana (o ya no tanto) in corpore tullido y en lo único que piensa es en una conveniente desconexión que funcione a modo de lavativa, pues el intenso ciclo productivo que marca nuestro mundo de consumo así lo requiere, en caso contrario nuestros tullidos cuerpos estarían directamente muertos, y eso tampoco conviene, pues un cuerpo inerte no puede comprar (tiempo al tiempo).
Una vez llegado el presente curso la sociedad de consumo nos recuerda, como siempre hace, que ha llegado el momento de renovar nuestras ilusiones. Si en algo se caracterizan nuestras sociedades es en la inmediatez y la enorme variabilidad de nuestras opciones, en continua búsqueda de un concepto prometido que nunca llega, la felicidad. Así pues, la mochila del año pasado es vieja y no tiene ruedas, con lo que si quieres seguir en esa búsqueda debes adquirir una nueva. Pensad sino en las colecciones que tan esplendorosamente se anuncian en septiembre y tan cansinamente desaparecen de nuestros kioscos no empezado aún el mes de octubre.
Cada nuevo ciclo todos buscamos una renovación de hábitos, ideales, formaciones, profesiones e ilusiones, pero sólo unos pocos consiguen de verdad dicho cambio, no obstante ni nosotros cesamos en la búsqueda ni cesan los quioscos en ofrecernos coleccionables que jamás terminaremos, eso sí, por el hecho de requerir una perseverancia, resulta un reclamo de lo más apropiado para colaborar en nuestra reubicación y aceptación del rol que nos toca, que no es otro que destrozar nuestros cuerpos produciendo y liberar nuestras mentes comprando.

Nuestras sociedades de consumo funcionan pues, en términos generales, como el propio curso escolar, y tal como las energías de un niño se renuevan a cada recreo, también las nuestras se renuevan cada final de agosto. Hastiados al final de cada temporada pasamos por el periodo vacacional con el letargo propio de las marmotas y nuestro consumo (que nunca para) se centra entonces en comer bien, dormir bien y en casos excepcionales bien leer. Asimismo la tele, la radio, la prensa, la liga, las series, los políticos, los proyectos y las ilusiones se recogen en la madriguera, dejando viejo todo aquello pasado, aunque aún sirva, pues debe ser renovado nuevamente con el final de tan apacible letargo. Nueva actualidad, nuevos productos, nuevas compras y una nueva búsqueda.

Nadie debe tener miedo a quedarse dormido, El Corte Inglés aguarda pacientemente a la salida de nuestros refugios y cada 20 de agosto picará nuestra puerta, y como ese comercial pesado al que no abres la primera vez, tarde o temprano te hará sacar tu lindo hocico de la madriguera.