miércoles, 23 de marzo de 2011

Historia de una terna truncada


El ser humano tradicionalmente ha utilizado etiquetas para clasificarse y concebirse de una forma u otra. Cada cual va colgando de su solapa chapas y pines en función de lo que quiere expresarle al mundo que le rodea. Los gustos, preferencias y demás facetas de nuestra personalidad se ven en parte recogidas en nuestra afición por coleccionar retales de nuestra existencia o al menos de cómo la queremos mostrar a todas las demás miradas, fijas en nosotros, o así lo creemos.
Durante los años de estudios, más corto o más largo, nos colgamos alguna de esas chapas que sin duda tendrán un importante efecto en nuestra vida. El buen estudioso patoso y el manitas que no sabe como aguantar un lápiz. Es evidente que tales calificaciones no son ni muchos menos estancas pero reconocerán que facilitan las referencias que de los demás establecemos.
Así pues, otra de las chapas estrella es la devoción que el buen estudioso patoso pueda tener por las letras o por las ciencias, uno será escritor (siempre que tenga una herencia de la que vivir) y el otro investigará células madre (siempre que tenga una herencia de la que vivir). No obstante, gracias a que nuestras clasificaciones sirven de referencia pero no son algo estanco, no podemos sólo alimentarnos con sopas de letras o sólo discernir entre lo falso y lo verdadero a base de 0 y 1 como hacen las máquinas. Nos alejamos ya de las máquinas que bastante copan nuestras vidas y en lugar de funcionar con el 0 y el 1, utilizaremos el 1,2,3.
En efecto, las ternas son uno de los símbolos más preciados de nuestras culturas. Pensad en la cantidad de ternas que existen en las fábulas, leyendas, historias y tradiciones, y que de una forma u otra otorgan validez a nuestros significados: los tres cerditos, los tres mosqueteros, la santísima trinidad; el cielo, el infierno y el purgatorio; y muchos otros fenómenos que se van sucediendo de tres en tres, eso es, la muerte de un tercer famoso en pocos días.
La terna también nos sirve para purificar nuestra alma o para cambiar el estado de nuestro espíritu, y a tal terna me acogeré para intentar hablar de lo que está sucediendo en Oriente. Un pueblo que busca su terna de purificación, cuyo proceso, de una forma u otra, siempre se ve truncado, con los peligros que eso conlleva.

Van Gennep se acogió a las ternas para describir el proceso por el cual las personas y en su conjunto las sociedades cambian sus realidades morales, espirituales y/o sociales: Los ritos de paso, tres lugares necesarios para que nuestras transformaciones no tengan un producto final traumático: separación, transición y reincorporación. Todos en alguna ocasión hemos tenido opción de experimentar tales fases: los viajes, el matrimonio, las nuevas aventuras, los cambios de proyecto, una borrachera e incluso la muerte. Alejarse, embriagarse y volver a la realidad; eso pretende el pueblo libio (y Egipcio y …en general todo pueblo oprimido).

La primera fase, separación, aquélla en la que empiezan a creer que necesitan un cambio, pues su vida, de tan desesperada, ya no tiene significado alguno. Las revoluciones empiezan con los estómagos vacíos (eso decía Napoleón) y gran parte del pueblo Islámico no sólo tiene vacío el estómago, también se les empieza a vaciar el alma. La velocidad con la que se mueve el mundo y las pocas fronteras físicas que en él quedan, han ido llenando gota a gota el cuenco de sus desesperanzas. Sus verdades, sus leyes y los preceptos religiosos que han regido sus vidas se han convertido en piedra hueca.
Dictadores sin escrúpulos y licenciados de la crápula, por orden del mayor de todos, el siempre interesado primer mundo, han mandado erigir, con las manos del sirviente, la prisión donde este dormirá. La censura, la propaganda dirigida y la manipulación de los aparatos de su poder se han encargado de forrar las paredes entre rejas de verde esperanza.
Pero hemos fabricado un mundo tan líquido que las verdades ya se filtran entre los barrotes, y así va escapando la pintura verde esperanza de prisión, gran parte del pueblo islámico ha empezado a ver la realidad más allá de la ficción de un póster. Donde antes veía con claridad un oasis prometido ahora empieza a ver tan sólo un sórdido muro de ladrillos.
El berrido de los camellos no ha sido en vano y se ha ido extendiendo a lo largo y ancho del desierto (por facebook, twiter y en general la inmensa red telemática tan difícil de controlar), cuyos pueblos se han unido para berrear también por sus derechos, el primero y fundamental, que dejen de engañarle; el segundo, comer y vivir decentemente; y el tercero, reencontrar sus auténticas verdades.
La primera fase del rito de paso extendido por los países que tanto hemos visto en los titulares de actualidad. ¡Ay Dios mío, como está el mundo, que está pasando en Oriente!!!??. Nada malo, algo natural, algo humano… se alejan, abandonan su mundo pues ya no creen en él, son conscientes de que su pueblo debe ser purificado y para ello no pueden seguir embobados ante los finos retratos del crápula. Los cantos de sirena parecen haber perdido su magia en el sur del Mediterráneo, eso es algo para celebrar.

Y así nos adentramos en la segunda fase del rito, la transición, la fase liminar. Bajo mi entender se trata de una fase sorprendente ya que nos muestra esa partícula indivisible que todos llevamos.
Toda materia está formada por partículas irreductibles llamadas átomos y a partir de su combinación se van generando los diferentes seres y materiales. El ser humano como ente de este mundo también está compuesto de tales átomos, pero su dualidad nos muestra otro componente indivisible, aquél que no forma parte de su carne pero sí de su condición social. Todo ser humano lleva una partícula indivisible y originaria, que algunos calificaron como maná, otros alma, otros espíritu…, en definitiva es su primaria atención por el prójimo lo que le caracteriza. Pura esencia social, sin forma ni color que aguarda a ser recubierta de nuestras vivencias, creencias y entorno cultural. Pura entropía de la que surgirán nuestras formas sociales conocidas.
Como decíamos, la fase liminar, la segunda del rito de paso, nos traslada a un estado de entropía. Como si estuviéramos embriagados, nuestra razón, nuestras normas sociales, nuestras verdades y todo lo conocido se disipa como la gaseosa. Somos devueltos a un estado primario de sociedad sin forma, en el que todos volvemos a ser iguales, sin distinciones, sin chapas en la solapa, sólo humanos, sólo seres sociales.
Evoquen cualquier imagen de la plaza Tahrir en el Cairo, todos a una vitoreando, esperando, pernoctando y haciendo cualquier cosa pero a su vez sin hacer nada, tan sólo juntándose, tan sólo alimentándose de maná, del colectivo. Las diferencias entre ellos dejan de existir, incluso pudimos apreciar como se juntaban hombre y mujeres, cosa muy poco común en el Islam. Así pues ya no hay clases, ni razas, ni religiones, tan sólo una verdad: que estaban juntos, así es, naturaleza colectiva de la verdad. Momentos pues de pura entropía colectiva, donde la masa deja de pensar según sus referentes pues ya se alejó de ellos.
Por eso el pueblo es tan peligroso si así se lo propone. En el momento en que decide pasar el umbral de lo terrenal y adentrarse en el paraíso colectivo, nada le puede frenar. Como si de hordas de zombis se tratara usará la fuerza del número, la fuerza del todos a una. Da igual cuanto corras, cuanto discurras y las trabas que le pongas, siempre te atrapará, pues tal estado le otorga una naturaleza inagotable. Ya no alberga razón, sus recuerdos son demasiado vagos como para fijarle una moral, puro trance y frenesí colectivo. Las cruentas jacqueries no son sólo producto del intelecto, ni la moral, ni la valentía campesina, si Francia se llenó de cabezas reales fue en gran parte por el trance liminar. Estado liminar fascinante y peligroso a su vez, ya lo vio Mubarak que el primer día amenazó, el segundo matizó y al tercero se retiró.
Exactamente lo mismo está sucediendo en Libia (y otros países de la zona), que bajo la sorpresiva mirada del crápula, se fueron haciendo con el control de las ciudades. En este caso, el crápula, optó por usar la fuerza bruta y por refugiarse en su nido de mercenarios. También es cierto que en este caso, la capacidad del pueblo ha ido mermando por su falta de medios, pero a pesar de que Gadafi se hubiera hecho de nuevo con el control, estarán de acuerdo conmigo, que dirigir tal país ya no le habría sido tan fácil. Engañar nuevamente al que ha saboreado las delicias liminares es mucho más complicado, y si el zombi ha comprobado su poder, lo dicho…antes o después te atrapará.

Parece que el pueblo islámico pueda por fin vivir una revolución. Su revolución, esa que a Occidente le aterra tanto. Entramos en la tercera fase, la reincorporación.
Tras la tempestad viene la calma, atravesando la última puerta espera la renovación buscada. Nuevos significados están por venir, poco a poco el colectivo irá encajando su nuevo rumbo y se afianzarán nuevas verdades. Una nueva moral para todos. El zombi recobra su conciencia y sus recuerdos ya purificados. Deja de ser zombi, vuelve a ser persona, es tiempo de un nuevo estado, una vida renovada.
Ahora bien, en este proceso siempre está presente el interventor de turno, Occidente. Mira con recelo lo que sucede y alza voces de alerta contra el integrismo y el fundamentalismo. Veremos si los aliados son por fin eso, aliados, que ayudan pero no intervienen ni meten cucharada. Por una vez aprendamos de la historia y dejemos al pueblo islámico fabricar su revolución.
Personalmente me niego a creer que el Islam sea fundamentalista en esencia. Claro que tienen una visión diferente del mundo y claro que sus estructuras sociales son diferentes a las nuestras, pero eso no es integrismo. Precisamente éste bien pudiera ser una consecuencia del intervencionismo occidental. Aceptemos que el mundo es diferente y lejos de ansiar una única ley global comprendamos y compartamos diferentes leyes. Si una vez más la voracidad capitalista vuelve a interrumpir el proceso de purificación islámico, una vez más volveremos a estar frente a dos estados mal separados y definidos. Eso significa que la nueva vida seguirá mezclada del frenesí liminar y de ahí nada bueno puede surgir. La nueva sociedad albergará un cáncer endémico que irá trasladando en sus genes, la nueva vida transcurrirá con repetidos sucesos de entropía (Afganistán, Irak, tantos países en África y América), eso sí puede ser integrismo.

Por tanto, letras y números se entremezclan para ayudarnos a decorar nuestra morada de significados. Todo aquello con lo que nuestro espíritu se materializa está lleno de la simbología del lenguaje y los números. Bajo argumentos como este, alguien de letras como yo se ha acogido a los números para tratar de entender, en su forma más básica, lo que ya es ininteligible de tan enmadejado. Es un primer paso.
Dejemos a un lado nuestros egoístas intereses si es que queremos definitivamente un mundo mejor. Ha llegado la hora de confiar en otros pueblos y aceptar el derecho que tienen a revolucionarse por aquello en lo que creen, pues una vez dado el paso, nunca aceptará verdades idénticas a las que en su día abandonaron con gran esfuerzo. Dejemos a cada cual la oportunidad de poder elegir y vivir bajo sus propias ternas. As-salaam-alaykum.